Reflexión de ayer en una entrada abierta a contemplar el presente de la mujer en el mundo islámico. La fotografía es una fila de mujeres vestidas con un burca azul de algodón recio.
"Nunca entenderé a los que velan, encierran y someten a la mujer, a lo femenino, por el puro placer de ocultar su fuerza y su poder! Dios, qué pena de involución!
Los ataudes blancos o azules... no nos gustan para nada, y menos impuestos por un espíritu especializado en terror!"
El espíritu del encierro femenino aparece cuando el espíritu masculino pierde el control y con la escusa de "la virtud "... Y su protección extrema,,, fanática y chiflada., obligan a lo femenino a una sumisión que enferma y deforma la realidad humana.
Escribo esto y a la vez soy de esas mujeres que se auto-coloca " el burca" , cuando lo necesita. Es un gesto que invita directamente a ver sin ser vista... en ese anonimato hay una libertad de visión y pensamiento mucho más amplio. Ves sin recibir la proyección del mundo exterior. Contemplas sin recibir ondas cargadas con deseo de posesión íntima. Puedes liberar tú imaginación y caminar sin tener que estar en guardia todo el santo día.
Mi burca, es transparente. Las mujeres somos lo suficiente mente inteligentes para elegir cómo y qué queremos ver, o cómo y por quién queremos ser vistas. Por eso duele mucho, qué el mundo masculino radical lo dude y obligue a su uso externo. Forzando ese uso sin tener en cuenta que su forma daña, asusta e incomoda. Además el hábito no hace al monje ni el burca a la mujer pura en esencia.
Una forma que estrangula, no libera. Mata, enferma o enloquece al obligado a contenerse en ella.
En occidente seguimos batallando con esterotipos, o prototipos sobre la quinta esencia de lo que se entiende por hombre o mujer. Seguimos intentando definirnos para poder contenernos y comprendernos, y quizá dentro de poco, ya ni discutamos el tema y nos incluyamos en un género común. El humano. ¡Ojala!